El tiempo es la más imprevisible de las dimensiones.
No intentes conocerlo: su sino es la contradicción. El tiempo es el amigo más traidor que conozco. Es amigo y enemigo a partes iguales. Es rápido y lento, cruel y compasivo.
Jamás te enzarces en una partida con él. El tiempo sabe más que nadie de juegos. Siempre gana a los dados, siempre triunfa en las cartas. Pero nada le excita más que la partida que juega contigo. El tiempo se divierte con nosotros, no nosotros con él.
No hay disciplina que se le resista. El tiempo es trabajador; es médico, farmacéutico y juez. Lo cura todo y te dice cómo y cuánto has de curarte. Te indica hasta el día en que lo harás. También te castiga, y créeme: no te perdona ni un día.
Al tiempo le sobra tanto ingenio que hasta ha logrado inventar palabras que lo definen. Mañana, hoy, ayer. Segundos, minutos, horas. Semanas, meses, años. Lustros, décadas, siglos. Es embustero, sabe perfectamente que no existe capacidad que lo mida.
El tiempo nunca es comensal; siempre es cocinero. Se cuela en todas las recetas. No duda en marcar las reglas. Su materia favorita es la repostería, pero también es dueño de las mejores sobremesas. Si le haces caso, quedarás bien con tus invitados. Si no, él marcará el ritmo de la vergüenza y del perdón.
Tampoco hay deporte que pueda vencerlo. El tiempo es amante del ejercicio. Si quiere competir, será el más cruel de tus rivales. Un minuto puede condenarte años. Un segundo puede coronarte décadas.
El tiempo tampoco conoce el sueño. Él nunca descansa. Cada noche te promete un alto al fuego. Te engatusa ofreciéndote una tregua; mas es, de nuevo, una trampa. Conoce tu debilidad y quiere asegurar su ventaja. El tiempo se está preparando para vencerte al día siguiente.
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