La vez en que me perdí
- Cuentissimo
- 19 mar
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Actualizado: 22 mar
Cuando pienso en el concepto de pérdida, por algún motivo mi cabeza evoca el recuerdo de la temporada en la que peor me sentía, desde todas las perspectivas posibles. Y lo defino como pérdida porque incluso tampoco sabría especificar en qué momento empezó. No puedo marcar un inicio más allá de uno simbólico, que estimo sería aproximadamente en el año 2019. ¿Qué hay más pérdida que eso?
Durante los meses anteriores, en 2018, había estado envuelta en muchísimos cambios, muchísimos viajes, muchísimas nuevas experiencias que, evidentemente, también trajeron errores y consecuencias. Me había sentido libre, por fin, independiente y sin la necesidad de dar ninguna explicación; solamente a mí misma debía rendirme cuentas. Y, a veces, ni eso hacía.
Parecerá increíble, pero nunca había probado el alcohol antes. Tampoco había probado otras personas; necesitaba experimentar, besar, conocer a aquellos que realmente me parecieran interesantes. Todo eso poco a poco me llevó a una vorágine de nuevas sensaciones que me llevaron a perder de alguna forma el rumbo. No sabía qué quería, ni cuándo, ni dónde, ni por qué. Un día me gustaba el negro y luego esa misma tarde me chirriaba y, sin pensarlo, cambiaba al blanco. Era puritana y diabólica al mismo tiempo. Iba de digna y después me rebajaba al infierno.
Perderse para encontrarse es una experiencia de la que jamás voy a arrepentirme. Todavía hoy en día sigo perdida, con mucho camino por descubrir, pero al menos sigo un sendero que goza de un cimiento muy fuerte. En aquel entonces, no. De empleo en empleo, todos temporales; con doce euros en la cuenta bancaria pero viviendo en un piso de lujo; sin comida en la nevera pero gastando en basura y congelados; apuntándome a todos los viajes aún con créditos universitarios pendientes; pintando y escribiendo, sin destinatario. Tenía las horas y los minutos calculados del día, ya que dependía estrictamente del transporte público y, si perdía un autobús o un convoy de metro, ya no llegaba a mi siguiente destino (o, de llegar, lo hacía muy apresuradamente). Iba mal de tiempo, pero peor de recursos.
Por ese motivo, tomé la decisión que me ha llevado a estar hoy aquí, que me proporciona estabilidad y, sobre todo, felicidad. Todas esas cosas que hice tenían un propósito y un objetivo. Estoy tan orgullosa de mí misma, de mi resiliencia, de haber salido de esa situación desastrosa y descontrolada, con la cabeza bien alta. Llorando mucho. Sufriendo más. El estrés y la ansiedad a los que estaba sometida afectó a mi salud capilar, dermatológica, corporal y psicológica.
Un caos que disfrutó de una gran bocanada de aire durante un año, pero que no se esperaba lo que todavía estaba por venir: la segunda parte. La formación.
Porque las segundas partes nunca fueron buenas.
Aunque el resultado de haber salido de ahí, fue todavía mejor.
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